CUENTO: El guerrillero ciego


Un cuento del Dr. Hernando Vanegas que se encuentra en la compilación llamada "Así no se mata un hombre" que contiene éste y otros cuentos más. La situación planteada y sus personajes son ficticios pero basados en algunos conocimientos experimentados por el autor durante el exilio forzoso vivido en su propio país, que ha podido plasmar en estas letras ya en el exilio real en el extranjero.

El guerrillero ciego

La vida de la guerra transcurre en un completo absurdo para los que nunca la hemos vivido. Es imposible entender todo ese cuento de la disciplina, y los sacrificios que toca padecer, sí padecer, porque nadie me puede decir eso de vivir. No podemos hablar de ‘vivir’ los sacrificios de la guerra. No. Es imposible. Padecemos un sinnúmero de sacrificios cuando sufrimos la guerra. Incluso los que no participamos de las hostilidades, los civiles, padecemos esa guerra y ella nos exige sacrificios y nos hace padecer. Alguien me dice que no podía ser de otra manera. Pero la verdad es que yo pienso que sí podía ser de otra manera.

Pero no desvariemos filosofando sobre la guerra. Lo que me mueve es sentir lo que siente un guerrillero en la vida guerrillera, o como dice el guerrillero Jesús Santrich, el ‘adentro guerrillero’. Pero más que un guerrillero cualquiera, quiero sentir lo que siente ‘Pepe de los Santos’, ‘el guerrillero ciego’.


No sé si Pepe de los Santos nació ciego. Algunos dicen que él vió hasta los diez años, como dicen de Leandro Díaz. Lo cierto es que Pepe no ve. No ve, mas sin embargo se mueve. Más que moverse, anda. Y pareciera que sabe adonde dirige sus pasos. Tampoco sé si Pepe nació en el monte. Porque todo pareciera indicar que nació en el corazón de la madreselva. Y que conoce todos los secretos guardados durante siglos.

Cuando un guerrillero ingresa enseguida va a una escuela de formación, el equivalente de las escuelas de cadetes de las fuerzas militares oficiales. Acá es igual, pero distinto. Es lo mismo, pero al mismo tiempo no lo es.

Esa etapa es supremamente dura, difícil, en donde se templa el carácter del futuro guerrillero. En donde atesora los principios filosóficos y políticos para su futura vida. Pero me cuenta mi confidente que Pepe de los Santos la pasó sin mayores contratiempos. Se levantaba cinco minutos antes que el resto, y comenzaba con su paciencia jobiana a desamarrar la hamaca, envolverla y convertirla casi en un nudo. Igual hacía con la cobija. Y como si fuera ya un guerrillero veterano las acomodaba arriba de su morral o equipo. Cuando sonaba el pito, o las palmadas, o lo que fuera con lo que el comandante de guardia los despertaba, ya José de los Santos estaba de pié. Sabía exactamente por donde coger para ir a la formación. Era como si tuviera un radar en la frente, igual que las palomas que siempre saben a dónde regresar. Daba sus pasos con seguridad en una superficie irregular, llena de barro. Nunca lo vieron caerse aunque sus pantalones a veces llenos de barro, demostraban que no siempre las tenía todas consigo. Pero llegaba casi de los primeros a la formación y ocupaba exactamente el mismo lugar, el que le correspondía por su estatura. ¿Cómo la hacía? Vaya usted a saberlo! Pero llegaba, formaba en primera fila, le correspondía el número diez y entonaba el himno como cantaba un canario. Tenía una voz preciosa que los reclutas disfrutaban en las horas culturales cuando él accedía a cantar; cuando no quería, nadie, ni el mismo comandante, lo convencía de hacerlo. Pero el himno lo cantaba con la voz saliéndole de lo profundo de su ser:


“Por justicia y verdad
junto al pueblo ya está
con el fuego primero del alba,
la pequeña canción
que nació en nuestra voz
guerrillera de lucha y futuro.

Con Bolívar, Galán,
ya volvió a cabalgar,
no más llanto y dolor de la Patria
somos pueblo que va
tras de la libertad
construyendo la senda de Paz.

Guerrilleros de las Farc
con el pueblo a luchar
por la patria, la tierra y el pan.
Guerrilleros de las Farc
a la voz de la unidad
alcanzar la libertad.




Cada mañana los reclutas guerrilleros sentían que su moral se elevaba a la enésima potencia cuando cantaban el himno acompañados por Pepe de los Santos, su voz transmitía optimismo, firmeza, belleza armónica, que los demás muchachos y muchachas sentían los penetraba hasta la más profunda de sus células y les infundía una energía increíble. Los que más sufrían se decían: ‘Si Pepe de los Santos puede, ¿Por qué yo no?’ Y empezaban a trabajar con su energía redoblada, recargada. Era el ejemplo de Pepe de los Santos el que los impelía a sacar energías de donde no tenían para adelantar las actividades del día.

En el aula, nadie que no supiera que era ciego podría diferenciarlo de los demás. Sentado, con su cuaderno de apuntes sobre la tabla que habían acondicionado como pupitre, se le veía encorbado escribiendo. ¿Escribiendo? Sí, escribía en su cuaderno con una tabla que él había traído cuando ingresó para escribir en braile. Escribía cuestiones precisas, importantes. Nada de dibujitos ni cosas por el estilo. Ya tenía como tres cuadernos en el equipo de las conferencias dictadas por Santrich –el director de la escuela-, o por Gabriel, o por cualquier mando que dictara la charla. Y su cerebro y mente chupaba toda la información como una esponja, allí la elaboraba y almacenaba para usarla en el momento preciso. Pero el interrogante más importante que rondaba mi cabeza había sido resuelto. ¿Cómo fue posible que la Dirección de la organización accediera a ingresar a una persona ciega? Dicen que hubo meses de discusiones de la Dirección del Frente, que después enviaron la consulta al Secretariado y que allí se tomaron su tiempo para responder. Según dicen el viejo Marulo consultó a todos los demás miembros del Secretariado y a los del Estado Mayor, que incluso se dio una reunión de éstos para definir sobre el ingreso de Pepe de los Santos. En todo caso primó su caso particular. Su familia había sido asesinada por los paramilitares, a él –dicen- no lo asesinaron porque se dieron cuenta que era ciego. A su padre y madre los mataron de un rafagazo, los dos viejos abrazados, temblando por el miedo. A su hermana embarazada le dieron dos tiros en el pecho y después le abrieron el vientre y cortaron la matriz preñada y mataron al bebé, que de todos modos se iba a morir al desangrarse quien le garantizaba la vida. A su cuñado lo torturaron salvajemente, le quitaron las uñas, y después le iban cortando a pedazos. Primero los dedos, después los brazos, después los pies, las piernas, los muslos. Todo con la motosierra. A todo resistió su cuñado, miembro de la U.P., llorando por el dolor, pero con una dignidad a toda prueba. Finalmente lo mataron abriéndolo desde el pecho hasta los genitales, de un motosierrazo. Fue tal el impacto de Pepe de los Santos, que acurrucado en un rincón de su casa de bahareque, sentía el dolor de su familia, y hoy en la Sierra, cuando escucha el sonido de la motosierra sus nervios se ponen en alerta y sus músculos se tensan. Allí quedó sin rumbo, perdido no porque no pudiera ver sino por el shock producido por la masacre. Lo rescataron unos vecinos que vieron pasar primero al ejército y después a los ‘paracos’. Ya sabían que había ocurrido lo peor. Lo que nunca esperaron fue encontrar a Pepe de los Santos con vida. Hay quien dice que su ceguera lo salvó porque el ‘sapo’ que llevaban los paramilitares dijo: “A ese no, ese es ciego, es un inservible”.

A los meses, Pepe de los Santos pidió el ingreso a la guerrilla. Los que lo supieron creyeron que se había vuelto loco, más de uno se rió de su pretensión, otros decían que era un inmenso disparate, y los más que la guerrilla no lo iba a aceptar porque era descabellada la idea. Evidentemente el único que sabía de lo que él era capaz era Pepe de los Santos, pero la decisión de su ingreso estaba en manos ajenas. Su destino sería definido por otras personas y no por él. Esa fue la primera enseñanza que aprendió Pepe de los Santos. Si lo aceptaban, de ahí en adelante el destino de su vida estaba en otras manos, en manos de la organización. Y él se sonreía cuando los compañeros campesinos de la vereda, cuando el camarada de la U.P., fueron a convencerlo de que su decisión no sólo era descabellada sino estúpida, que en realidad iba a ser una carga para sus compañeros de armas, que sería un estorbo, que se iba a hacer matar al primer enfrentamiento, que iba a hacer matar a los que estuvieran a su lado, en fin, que era una locura. Entonces Pepe de los Santos cerró la discusión con esta sentencia que nadie sabe de dónde la sacó: “La guerra es la locura del ser humano”. Todos los que estaban en esa reunión quedaron anonadados y más convencidos de que Pepe de los Santos se había vuelto loco, loco de remate. Sólo él sabía que no estaba loco. Y comenzó la espera, larga, tediosa, viviendo de los trabajos que los vecinos le daban para que comiera. Él se iba para las casas vecinas y allí se ponía a ayudarlos en faenas agrícolas. Arar la tierra con bueyes, sembrar, y cuando la
cosecha recogerla, palear el fríjol para extraerlo de la vaina, pilar el arroz, y moler la caña para hacer la panela, que era uno de los oficios que más le gustaba, por el olor del guarapo cuando el trapiche extraía el jugo, después tomarse unas buenas totumas y sentir en cada sorbo el sabor dulce de la caña y le agradaba muchísimo sentir el olor del guarapo cuando lo estaban cocinando, sacándole la cachaza y después ya cuando lo vertían a la dobera para que se solidificara y formara la panela. Mientras transcurría el tiempo, muchos pensaban que el tiempo iría quitándole la idea loca a Pepe de los Santos. Él y sus compañeros estaban ajenos al debate que se daba al interior de la organización en torno al caso de Pepe de los Santos. Las posiciones eran encontradas. Unos planteaban con un realismo cruel que Pepe de los Santos sería la causa de la muerte de muchos guerrilleros que por el afán de protegerlo se harían matar para sacarlo de alguna situación comprometida por la presencia de la tropa oficial. Otros creían que si bien era ciego, su estado al haber perdido toda la familia y el trauma de guerra que sufrió lo conducirían a realizar alguna acción suicida contra la tropa y se haría matar. Otros creían que él podría cumplir algunas tareas de organización en las zonas de mayor control de la organización. Fueron meses y meses de discusiones. Hasta que se fue dando un consenso casi inconsciente, primaba el sentido de humanitarismo, de solidaridad, de comprensión de su vivencia. Así lo fueron recogiendo en las diferentes comisiones, en las columnas, en las reuniones de direcciones de Frente, luego de Bloque y todas iban llegando al Secretariado. Marulo valoró la posición de cada uno de los miembros del Secretariado y se tomó la decisión en conjunto. Se aprobaba el ingreso de Pepe de los Santos. Se informó entonces a la Dirección de Bloque, ésta a la de Frente y ésta comisionó a Santrich para ir a informarle. Dicen los que acompañaron a Santrich que llegaron de madrugada a la casa de Pepe de los Santos, se quedaron tendidos en el monte circundante hasta estar seguros de que no estaban espiando a Pepe de los Santos y en la mañanita a las 5, cuando apenas comenzaba a despuntar el alba, lo llamaron. -‘Pepe, Pepe!’ -‘Quién es? –Yo, Santrich! –‘Ya voy, ya voy!’ Se abrazó con todos y cada uno y se pusieron a hacer café. Allí Santrich le informó la decisión. Era aceptado pero con una condición. Si la organización veía que era muy difícil para él, entonces lo enviaban a una zona para que adelantara trabajo político, una zona diferente a la en que él vivía actualmente. Dicen los muchachos que fue la única vez que vieron llorar a Pepe de los Santos. Estaba feliz! Ni siquiera fue capaz de decir lo que sentía, eso se los contó meses después en una hora cultural cuando hicieron como una especie de presentación de cada uno. Salieron de la casa cuando caía la noche, después de permanecer allí todo el día hablando, protegidos por la guardia que habían establecido para tal efecto. Fueron caminando despacio, poco a poco, como se camina en la noche, sin encender la luz, sólo con la luz de la luna cuando ella alumbra el paso de los luchadores. Allí se inició el desarrollo de Pepe de los Santos. La enorme capacidad para improvisar los llevó a desarrollar la forma de ‘marchar’ de Pepe de los Santos. La marcha se adelantó con 3 en vanguardia, Santrich y Pepe de los Santos caminando agarrado al morral de Santrich, Rafael detrás de Pepe de los Santos por si se caía poderlo ayudar con prontitud y 3 más en la retaguardia. Así fueron avanzando, cada noche caminaban 10 ó 12 horas, durante el día descansaban en el monte y comían comida enlatada, porque a pesar de ser zona de trabajo de la guerrilla era imprescindible conservar el secreto de su ingreso por las implicaciones que tendría y porque las tropas oficiales podrían aprovechar para lanzar un ataque. Hoy me dicen que esas marchas nocturnas les enseñó la forma en que Pepe de los Santos podría realizar las marchas, incluso él racionalizó la experiencia y se ha convertido en un experto en marchas nocturnas y enseña a los hoy reclutas cuáles son los secretos que él ha atesorado. ‘–No hay que preocuparse por ver, no haga esfuerzos para ver, su ojo, su pupila se dilatará de acuerdo con la oscuridad y la poca luz que hay la captará; dé un paso cada vez, no pretenda caminar como de día, no pretenda caminar rápido; en la noche se camina poco a poco, sin prisa, disfrutando del frío de la noche, sintiéndolo en las narices, en las manos, en el rostro’. Después de 7 días de marchas nocturnas llegaron a un territorio en el que podrían caminar de día. Ahí comenzó otra prueba para Pepe de los Santos. La disposición de la marcha era la misma, pero tenía que ser más rápida. Entonces comenzó a mostrar de lo que era capaz. Pensaron cómo hacerlo y el mismo Pepe de los Santos dio la clave. Yo no veo, pero percibo otras cosas que el vidente no percibe. Yo me muevo por tanteo, identifico olores, cambios en la sinuosidad del terreno con mi bastón; entonces si Santrich va adelante yo puedo ir detrás si amarramos un palo largo a su morral, yo lo agarro y así voy sintiendo los cambios del terreno con cada movimiento de Santrich. Dicho y hecho. Al llevarlo a la práctica se dieron cuenta que podían caminar más rápido que en la noche, no con la velocidad de las marchas de los videntes, pero sí con igual efectividad. Así, después de otros 7 días llegaron al campamento.

En el campamento los recibió Adamo, el comandante del Frente, y les dio la bienvenida. Todos estaban contentos y Santrich les hizo un resumen de la experiencia vivida, con la orden consiguiente de que la escribiera y la enseñara en la Escuela que se iba a adelantar allí mismo. En la hora cultural hicieron un brindis por los nuevos ingresos, se tomaron unos cuántos tragos y Pepe de los Santos cantó unas canciones que se convirtieron en otra inesperada sorpresa. Dijo con voz emocionada: ‘Esta canción es de un compositor que es ciego como yo”, y cantó ‘Soy’ del famoso Leandro Díaz. Le dijeron que esa noche durmiera tranquilo que al día siguiente comenzaría la instrucción. Durmió en un barracón hechas las camas de madera y el techo era de plástico, en él cabían 20 guerrilleros y a Pepe de los Santos lo acomodaron en el centro, como dándole protección y calor entre todos. Al día siguiente comenzó la preparación de Pepe de los Santos, individualizada. Primero reconocimiento del campamento, él iba mentalizando, tantos pasos del cambuche al patio de formación, tantos a la cocina, tantos a la manguera para cepillarse o tomar agua, tantos para ir al ‘meandoco’, tantos para ir al ‘cagandoco’, en fin, fue una semana ardua en que Pepe de los Santos mostró su inflexible decisión de seguir adelante. Después comenzó a hacer cosas que dejaban a los demás guerrilleros con la boca abierta, como llegar a la formación primero que muchos de ellos, tener su morral completamente preparado una vez se levantaba, la capacidad para captar los planteamientos político-militares de la organización, su inmenso poder de persuasión cuando se presentaban puntos de vista diferentes, y como había tareas en las que no lo llevaban comenzó a reclamar que ‘yo también puedo’, y así tenían que llevarlo a recoger leña, a traer la economía, aprender a hacer equipos y fornituras. Muchos no entendían cuando llegaban a donde él estaba y les decía: -Ajá, Cachaco, ¿tú que quieres? O, Maritza, ¿cómo te está yendo en el curso? Fue tanta la inquietud que uno o dos de los más maliciosos comenzaron a pensar que Pepe de los Santos se las tiraba de ciego. La inquietud fue resuelta cuando un día Santrich le pidió que explicara sobre la invidencia y dio una charla magistral sobre eso explicando que los ciegos desarrollan hasta el infinito los otros sentidos. Así saben qué persona se acerca a ellos por el olor que despiden, si es de día o de noche por los sonidos, si el día está o no radiante por la alegría y la risa de los compañeros, en fin, miles de detalles que los videntes pasamos por alto. Me dicen que los que estaban en la Escuela pensaban que ella sería diferente si no contaran con la presencia de Pepe de los Santos. Superó todas las pruebas. Incluso en el entrenamiento de orden cerrado funcionó bien. En orden abierto la cuestión fue mucho más difícil pero se las arregló para salir adelante. Hicieron un ejercicio de asalto y copamiento. Al grupo de Pepe de los Santos le correspondió la defensa. Y detectaron a los ‘enemigos’ mucho antes de que llegaran. Precisamente Pepe de los Santos estaba de guardia y sintió un olor diferente a todo el que había en el ambiente. Avisó al comandante de guardia y montaron una emboscada, un contra-asalto al grupo de asalto y los capturaron a todos pues ellos no esperaban que los estuvieran esperando. Después llegó el momento de hacer la evaluación de la ‘operación’. Pepe de los Santos les contó que cuando él presta guardia comienza a escuchar los ruidos circundantes, a reconocer cuando caen las gotas de agua del rocío, a calcular en dónde caen, en que clase de hoja, en las anchas se oye taas!, en las delgadas pas!, en golpe más seco; que después se pone a olisquear en todas direcciones, así sabe la dirección del viento y si hacia el norte hay un corral, o si la brisa trae el olor de puro monte, o si hay algún animal por allí para el sur. Dice que esa noche comenzó su guardia y de pronto sintió el olor de un perfume, recordó que ese perfume lo usaba Omaira, y le extrañó que no se lo hubiera quitado. Cuando él dijo eso, Omaira dijo que se había echado un poquito por pura coquetería hacía como tres días, cuando no sabía que iban a iniciar esta parte del entrenamiento y después no había tenido tiempo de bañarse. Fue una descomunal enseñanza para todos. Santrich hizo énfasis en eso. Miren cuán importante es aprender esta enseñanza de Pepe de los Santos. En la medida de lo posible no debemos usar perfumes, sólo lo podrían hacer si estamos por ejemplo en un campamento general, cuando hay reunión de casi todo el Frente y podemos arreglarnos un poco más, con perfumitos y cosas de esas para coquetear un poco y sentir otro olor en nuestros cuerpos que no sea el olor de monte. Pero por fuera es mejor por la seguridad propia y de todos no usar nada de eso. La otra enseñanza que nos deja es lo que puede lograr un olfato entrenado, unos sentidos entrenados. Pepe de los Santos detectó el olor del perfume porque toda su vida ha estado entrenándose para agudizar sus sentidos y aumentar sus posibilidades de supervivencia. Imaginen entonces lo que nosotros lograríamos concientizándonos de que el entrenamiento es parte de toda la vida, que cada día hay que ejercitar lo que hemos aprendido. Terminado el entrenamiento, se hizo la evaluación de todo el curso y a ella asistió el Comandante Adamo. Se vio lo bueno, lo malo, lo feo, y lo peor, y se sacaron conclusiones y recomendaciones. También se hizo una valoración del desempeño de cada uno de los ‘cadetes’, destacándose muchos de ellos, entre ellos hicieron una mención especial del significado de Pepe de los Santos. Este como siempre agradeció a sus compañeros y les dijo que él hoy se consideraba un guerrillero porque todos sin excepción lo habían ayudado a serlo, y como ya era característico en él terminó con una sentencia: ‘No nos envanezcamos porque existe un guerrillero sino porque existe la Guerrilla’. A partir de allí cada uno de ellos iría a desempeñar sus trabajos en diferentes unidades y ocasionalmente se volverían a ver, por ejemplo, en una Asamblea de Guerrilleros del Frente.

Pasado un año y medio del ingreso de Pepe de los Santos la tropa oficial lanzó una operación y se metió a la zona en que trabajaba la comisión de Pepe. Ante esto el comandante de ella informó a la Dirección del Frente y le ordenaron hostigarlos, para que avanzaran con miedo, mucho más del que llevan siempre las tropas oficiales cuando entran a territorio de trabajo de la guerrilla. Se dispuso entonces montar una emboscada aprovechando que iban subiendo el cerro de La Pinta y allí hay un paso muy estrecho de unos 300 metros. Pepe de los Santos había sido asignado para cuidar los equipos, pero de pronto lo vieron refunfuñando, mascullando que si acaso ‘él no era un guerrillero como los demás’, que ‘qué cuento era ese de quedarse cuidando los equipos como si alguien se atreviera a robárselos’, y así un montón de cosas. Estaba emputadísimo, con una cólera de mil demonios. Al fin el comandante de la comisión advirtió la situación, la comentó con los otros compañeros y decidieron que él fuera a la emboscada, sin comunicárselo a Adamo porque ya no había tiempo. Se apostó a Pepe de los Santos en un sitio que permitiera fácilmente salir de la zona. Los militares oficiales iban subiendo penosamente, poco a poco, sin prisas, y como a la una de la mañana llegaron al sitio de la emboscada. De pronto les estalló el mundo. Traaam! Sonó el minado de ‘gorros chinos’ y comenzaron los rafagazos de los fusiles Galil, Fal y AK. Se oyeron gritos de terror, lamentos, quejidos. Pepe de los Santos cumplió la orden que recibió y fumigó la zona que le correspondía ‘como si estuviera viendo’, en un abanico comprendido en 45 grados de su posición. Se produjo de pronto un silencio y el comandante dio la orden de retirada. Pepe de los Santos salió agarrado del morral de una estrellita que había bajado del cielo para ayudarlo. Se retiraron en silencio no sobre el propio filo sino por la falda, medida sabia porque como a los 10 minutos los militares se habían reagrupado y repuesto del susto y estaban fumigando todo el filo con fuego de fusilería y tres rocketazos que mandaron. Pepe de los Santos caminó todo el resto de la noche agarrado al morral de su estrellita y pudieron llegar finalmente todos juntos a la zona acordada. Después de un merecido desayuno ofrecido por el camarada miliciano a cuya tierra habían llegado siguieron camino hacia el sitio en donde estaba Adamo y su guardia. Llegaron al día siguiente en la mañana y todo era sonrisas, alegría, porque el parte oficial era de dos militares dados de baja y el retiro de la tropa de la zona. Salieron corriendo asustados, porque además no habían podido ‘ver a nadie’. Cuando se informó en la reunión de evaluación que Pepe de los Santos había participado en la acción, el comandante Adamo se agarraba la cabeza y decía: ‘Cómo es posible, cómo es posible!’. Pepe de los Santos dijo que la responsabilidad era de él porque había presionado al comandante de la comisión y que lo había hecho porque ‘él también era un guerrillero como cualquiera de los otros’.

Hoy no sé si Pepe de los Santos está vivo o no. Su recuerdo viene a mi memoria cuando leo la noticia de que una persona conocida como José de los Santos fue capturada en los alrededores de Pereira acusada de ser guerrillero. Inverosímil. Pero cierto. José de los Santos está preso quizá por las historias conocidas de su casi homónimo Pepe de los Santos. De la vida de Pepe de los Santos no he vuelto a saber nada. No sé si ha conseguido casarse, pero creo que cualquier mujer guerrillera se hubiera enamorado de un hombre con tanto tesón y que además la seduciría cantándole ‘Soy’ de Leandro Díaz:


Yo soy el hombre que compongo versos
cuando el pensamiento me trae melodías,
soy el suspiro que se lleva el viento
soy el sentimiento de la tierra mía.

Yo soy el hombre que vive en tinieblas
porque negro es el color de mi destino,
yo soy el hombre que emprendió un camino
por donde pasa se encuentra con la miseria.

Yo soy un grito, yo soy la pena
soy una queja, soy un suspiro [bis]
para la gente soy un problema
ni las tinieblas pueden conmigo [bis].”

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